DANZANDO CON LA MUERTE



Un día cualquiera. Un día hermoso como hoy, como ayer, la abuela murió. Ese día la abuela decidió marcharse. Evadir las visitas de los ogros malignos. Estos desalmados tenían nombres complicados para que la gente no pudiera preguntar por ellos y usaban caretas para que no los reconocieran y denunciaran sus fechorías. Hubo uno que entraba callado en la habitación del hospital con olor a pus, sangre y alcohol, donde se encontraba la vieja indefensa e inmóvil y sin permiso de la abuela ni de nadie, abría los ojos de ella, tratando de aprisionarle el alma que luchaba por huir de aquel cuerpo cansado y adolorido. Éste ogro se hacía llamar Neurólogo y decía conocer lo que pasaba dentro de la cabeza de la gente mientras moría. Todos los días Neurólogo colocaba sus dedos índice y pulgar de ambas manos en forma de tenazas y al tiempo aprisionaba con fuerza los pezones de la abuela y se extasiaba observando como la abuela tenía que abandonar momentáneamente su inmovilidad cadavérica, para, con sus brazos, tratar de zafarse de aquella caricia sádica. El ogro hacía un esfuerzo para parecer lejano y poco interesado en el dolor de la abuela, la misma que con orgullo, en un pasado cercano, declaraba que ningún hombre la vio desnuda jamás. Decía haber procreado sus seis hijos con una sábana encima de su cuerpo. La sábana había sido perforada por ella misma y colocada de acuerdo con su propósito. La abuela decidió ocultar a la vida su feminidad y belleza, desconociendo que un día sería forzada a mostrar su cuerpo y a bailar desnuda con la muerte.

No hay comentarios: